lunes, 8 de junio de 2015

La primera calculadora moderna


Entre medias Ramón empezó a formarse en mecánica e ingeniería, un ámbito que le había entusiasmado desde pequeño. Lo hacía más como hobby que con objetivos profesionales, pero lo cierto es que trabajó durante un tiempo en una máquina capaz de calcular de forma ágil.
En aquella época ya existían calculadoras, máquinas con rudimentarios sistemas mecánicos que habían aparecido en la década de 1820. Pero estas solo permitían un único tipo de operación. Para hacer una multiplicación había que sumar desgranarla en sumas, de tal manera que 35×42 se obtendría colocando la máquina en el número 350 y accionando la manivela cuatro veces (lo que equivale a 35x10x4 ó 35×40). Después se colocaría 35 en la máquina y se accionaría dos veces la manivela (35×2), sumándose el resultado de las dos operaciones (35×40+35×2, que es lo mismo que 35×42).
El concepto que inventó Ramón Verea iba un paso más allá. En 1978 su Verea Direct Multiplier salió a la luz. Se presentó en la Exposición Mundial de Inventos de Cuba, donde fue premiada, y poco más tarde el español obtenía la patente correspondiente por su invento. La suya era la primera calculadora que podía multiplicar directamente, sin necesidad de compartimentar las operaciones en sumas. También se trataba de la primera máquina que podía llevar a cabo las cuatro operaciones aritméticas básicas (suma, resta, multiplicación y división).
Su potencia era tal que podía resolver la operación 698.543.721 x 807.689 en 20 segundos. Sin embargo, Ramón no sacó provecho comercial a su invento pese a las ofertas que tuvo para venderlo. Él mismo llegó a afirmar que solo había creado la calculadora para demostrar que un español también podía inventar y no solo hacer actividades intelectuales.
Su oposición a la política de Estados Unidos en Latinoamérica le valió el exilio en 1895. Ramón Verea pasó por Guatemala antes de trasladarse a Buenos Aires. En este periodo publica textos contra la leyenda negra de España, avivada por las rotativas de Hearst y Pulitzer, que echaban humo en medio de la Guerra de la Independencia Cubana. Mantendrá su actividad periodística hasta el final. A solas y sin lujos acudió a su cita con la muerte en 1899, poco antes de que comenzara el siglo de los ordenadores.

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